El sitio poco importa. Y el tiempo. Y el reloj que pusiste en la
pared para martirizarme. ¿Me amas? No lo sé muy bien. Pero ahora me
arde la boca del estómago.
Me cuentas cuentos de mujeres viejas. Que pasaban gritando por las
calles oscuras de tu pueblo. ¿Y el frío? ¿Y la soledad de las
noches? Ya no te importan.
Ahora toca el juego de la muchacha incauta y manirrota. Ahora gustas
de morderte el labio inferior, en sensual mueca de elegante damisela.
Y los hombros desnudos, con tus lunares jugando al escondite. Y la
almohada sudada, naufragando cada vez que no quiero despertar de tu
lado.
Y a lo lejos, sinuosa, se recorta la línea arenosa de la playa. Y el
aire sabe a ostras. Y tus dientes brillan como sus perlas. Lavados
por la espuma de las mareas que mueren a tus pies.
Paso otra hoja y busco el pie para entenderla. Has garabateado
palabras sin sentido. Cuarto de kilo de sesos de cerdo. Días de
menos. Quiero perderme cuando vaya a comprar. Y a Mercadona lo llamas
Mercalejos.
Aquí sigo. Y no te entiendo. Han pasado dos días y no tenemos de
qué hablar. Y ya no sabemos querernos.
Otro paseo por la orilla. Otro dormitorio y otro día de sesteo. Los
pasillos que huelen a alcanfor. Las niñas que vomitan sus deseos.
Coger el coche cuesta arriba. Empujar al mundo los inexplicables
pensamientos. Deleitarme con tu perfil cárdeno, en la cima más
alta de mis universos, de mis ahogos domésticos. Y tu mirando muy
lejos, lejos de frugales coyuntas y de deportes extremos. Nueva noche
en blanco, comercios agonizantes que se mantienen abiertos.
Y la naturaleza quebrada entre tanto zoológico de tus adentros. Y
las plazas a medio hacer entre mis manos cansadas de arquitecto. Y la
curva praxiteliana de tu nacarado cuello. Cae irremediablemente al
saco huesudo de mis raquíticos versos.
Viaje de non ritorno. Viaje
perdido entre valles y besos. De tus labios brotan, mustios,
negruzcos helechos. Tu lengua dormita sobre los cálidos lechos.
Brotan, tiernos, nuevos hijillos de plantas de museo. Te los traigo
en mi regazo. Te los dejo apoyados en tus muslos de ébano y hueso.
Jarrones de la dinastía Ming han
estallado entre nuestros cuerpos. Las heridas son profundas y los
arañazos son rojo intenso. Los lametones dejan restos de carmín y
surcos verdes como un campo de soja y centeno.
Acaba el diario en falso. Trunca la
ilusión de la mañana con dolor de amor y sexo. Llueve para romper
la noche y su fastidioso concierto. La escapada llena de nubes, de
hongos y de insectos. Los ríos desbordados en el valle que forman
tus senos. Nuestro laboratorio hecho trizas y el corazón, disecado,
en medio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario