jueves, 23 de diciembre de 2010

Feliz Navidad



Que el niño Dios que nace llene de paz todos los corazones. Que su luz ilumine y venza a las tinieblas.
¡Feliz Navidad!

jueves, 16 de diciembre de 2010

De cómo la luz de los edificios apaga y enciende cuerpos celestes

Denotas confusión con tu mirada perdida y tímidamente velada. Te muerdes el labio en una mueca entre lo infantil y lo pícaro.
Odio estar cruzado de brazos esperándote, deseándote, sangrando de tripas adentro.
Hace poco tiempo que cruzamos miradas en los pasillos fríos del ministerio.
Cada puerta, cada despacho, cada conexión ADSL que sentimos cerca suena a lejano, a sueño extático y pixelado.
Entre un sandwich mixto y una Coca Cola light se han fundido algunos de nuestros besos.
Las tardes se hacen cortas entre el fulgor blanquecino y sucio de los tubos de neón, el sonido apagado y horrendo de las teclas de un portátil envejecido, el calor tibio de una CPU al máximo rendimiento.
Las rendijas del aire acondicionado me traen tu aroma a colegiala de falda de tablas y bocado de Toblerone. Tu boca entreabierta exhala palabras ininteligibles que ni imagino:

Los hombros me pesan como si llevase encima mil enciclopedias.

Me sueltas esa frase y pienso en tu titánico esfuerzo por mantener la cabeza fría, y el equilibrio en perfecto estado.

Suelta todo eso y bajemos a la cafetería.

Y sigo planeando cómo engañarte. Cómo poder atravesar el cristal de tres pisos que suenan a chatarra cibernética, a sueños de plástico y metal, a libertad condicional con ruegos a dirección...
Hoy la tarde se ha precipitado en un abismo de color anaranjado. Hoy has abierto las piernas y me has dejado subsumirme en tu mundo de elegantes curvas y de deliciosos néctares. Hoy te has olvidado de las pequeñas pinzas del pelo, del cuello almidonado, del café del Starbucks...
Hoy el mundo lo he guardado entre tus labios y el terciopelo húmedo de tu lengua. Hoy la noche se asemeja a un manto mariano con una sola estrella.

7:15. Parpadean las encarnadas cifras en el reloj. La sábanas huelen a tu sudor y a mis sueños. Dejo mi corazón encima de la mesilla haciendo tic tac...

Avanza la mañana del día siguiente. No te veo en los pasillos, ni con tu café, ni odiando el cristal, el asfalto o la nocturnidad. No te veo ni cerca ni lejos. No te huelo. No te siento. No te elevo a mis altares de ébano y plata.

¿Por qué me dejas alineado en perpendicular? ¿Por qué no me dejas ver la Gran Nube de Magallanes en el fondo de tus pupilas? ¿Por qué has desempolvado los viejos libros de Virgilio, de Orosio y de Aristófanes? ¿Por qué dibujaste círculos concéntricos en mi espalda y los llenaste de besos?

lunes, 6 de diciembre de 2010

El soldadito de El Aaiún

Lo que voy a contarles ocurrió hace treinta y cinco años exactos, casi día por día, en diciembre de 1975; pero me acuerdo bastante bien. Es una historia que en su momento -yo era un jovencísimo reportero, enviado especial del diario Pueblo en el Sáhara desde hacía ocho meses- no me dejaron publicar. No eran buenos tiempos ni para la libertad de prensa ni para otras libertades, pero uno se las apañaba allí lo mejor que podía. Aunque en esta ocasión no pude. Recuerdo el episodio con mucho sentimiento, por varias razones. De una parte, los últimos sucesos en el Sáhara le dan, para mí, especial significado. De otra, algunos testigos fueron muy queridos amigos míos. Casi todos de los que tengo memoria están muertos, excepto el entonces capitán Yoyo Sandino, de la Policía Territorial, que creo estaba presente. Yo mismo viví la última parte del episodio; pero ya no recuerdo quién más estaba allí, aparte del teniente coronel López Huerta y el comandante Labajos, ya fallecidos. Acababa de morir Franco, y España entregaba el Sáhara a Hassán II. El Aaiún era una ciudad en estado de sitio, con toque de queda, cuarteles y barrios en poder de los marroquíes, y otros aún bajo autoridad española. Uno de éstos era Casas de Piedra, feudo del Polisario; la custodia de cuyo perímetro, rodeado de alambradas y caballos de Frisia, correspondía a la Policía Territorial. En sus sectores, la gendarmería real y las tropas marroquíes se comportaban con extremo rigor. Había innumerables detenidos. Y cada día, muchos jóvenes saharauis, así como veteranos de Tropas Nómadas y de la Territorial, huían al desierto para unirse a la guerrilla que ya combatía en las zonas abandonadas del este.

Aquella noche, una patrulla marroquí que pasaba cerca de Casas de Piedra fue tiroteada desde el otro lado de la alambrada. Los dos soldaditos españoles de guardia a la entrada del barrio -reclutas de mili obligatoria, destinados forzosos al Sáhara como policías territoriales- se apartaron de la luz, inquietos, y se quedaron allí hasta que hubo ruido de motores con resplandor de faros, y varios vehículos se detuvieron en el puesto de control. De ellos bajó nada menos que el coronel Dlimi, comandante general de las fuerzas marroquíes en el Sáhara, acompañado por todo su estado mayor y una sección de soldados de las fuerzas reales. Todos, incluido Dlimi, venían armados con fusiles de asalto, y estaban dispuestos a entrar en Casas de Piedra y arrasar el barrio como represalia por los tiros de media hora antes. Imaginen la escena: la noche, los faros iluminando la alambrada, el coronel en contraluz con todas sus estrellas y galones, y los dos soldaditos con todo aquello encima. Acojonados.

Lamento no recordar sus nombres, o tal vez no los supe nunca. Pero esto fue lo que hicieron: mientras uno de ellos echaba a correr hacia donde tenían la radio para avisar a sus jefes, el otro tragó saliva, se cuadró y les dijo a los marroquíes que no pasaban -yo conocí a su oficial superior, el eficaz y duro teniente Albaladejo, y estoy seguro de que el chico prefirió vérselas con ellos antes que con el teniente-. Como pueden ustedes suponer, Dlimi se puso hecho una pantera. A gritos, descompuesto, mandó al territorial que se quitara de allí o le iban a pasar por encima. Tengo órdenes de no dejar entrar a nadie, dijo éste. No sabes con quién estás hablando, etcétera, aulló el otro. Luego blandió su arma e hizo ademán de cruzar la alambrada, seguido por todos los suyos. Fue entonces cuando el soldadito dejó de ser lo que era, un humilde recluta forzoso que hacía la mili en el culo del mundo, para convertirse en otra cosa. En lo que juzguen ustedes que fue. Porque en ese momento, casi con lágrimas en los ojos y temblándole la voz, montó su fusil -clac, clac, chasqueó el cerrojo al meter una bala en la recámara- y le dijo en su cara al poderoso coronel Dlimi, jefe de las fuerzas marroquíes en el Sáhara, estas palabras extraordinarias: «Mi coronel, por mi pobre madre que, como alguien pase de ahí, le pego un tiro».

El aviso me pilló en el bar del cuartel de los territoriales, y a Casas de Piedra me fui, quemando neumáticos en el Seat 600 con el cartel Prensa que teníamos alquilado a medias Pedro Mario Herrero, del diario Ya, y el arriba firmante. Tuve así oportunidad de asistir al último acto del episodio, cuando llegaron los jefes españoles y tras una tensa negociación lograron que Dlimi se retirase con su gente. En cuanto al soldadito que le paró los pies salvando el barrio de una represalia, no eran, como digo, tiempos para la lírica. Me temo que la única recompensa que obtuvo aquella noche fue el cigarrillo Coronas que el comandante Labajos le ofreció de su paquete, la palmada en la espalda del teniente coronel López Huertas y esta página en la que hoy lo recuerdo.

Arturo Pérez-Reverte
XLSemanal, 5 de Diciembre de 2010

sábado, 4 de diciembre de 2010

Ante el estado de alarma

Nos encontramos con un gobierno ineficaz y que día tras día hunde a España en una miseria no ya solo económica o institucional sino en el descrédito internacional y la más abyecta bajeza moral.
Un gobierno que en el caso de los controladores ha demostrado una absoluta falta de previsión de un conflicto que lleva gestándose más de un año y que ha atizado con sus medidas antes de un puente de cinco días.
Un presidente de gobierno irresponsable que cada vez que anuncia, expone, analiza o vaticina es para aumentar el desasosiego, hacer crecer la inestabilidad o poner de manifiesto su incapacidad. Y unos ministros sin un plan de contingencia, sin formación, sin saber ejercer las funciones de gobierno.
Claro que los controladores son culpables pero el gobierno es el responsable de la situación generada y de ser incapaz de articular una respuesta y una solución.

Nos mudamos

 Nos mudamos a: https://espadascomolabio.wordpress.com/