lunes, 25 de febrero de 2013

El Pregón de mi cofradía. El Pregón a un espíritu antiguo y verdadero de la Ciudad Real eterna.





PREGÓN XX ANIVERSARIO
PENITENCIAL HERMANDAD Y COFRADÍA DE NAZARENOS
DE LA HUMILLACIÓN DE NUESTRO PADRE JESÚS DE LAS PENAS
(CIUDAD REAL)

FRANCISCO DE ASÍS PAJARÓN HORNERO
CIUDAD REAL, 15 DE FEBRERO DE 2013, AÑO DE LA FE.


Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Penitencial Hermandad y Cofradía de Nazarenos de la Humillación de Nuestro Padre Jesús de Las Penas.
Dignidades eclesiásticas.
Autoridades municipales.
Hermanos y cofrades.

AGRADECIMIENTO A DOÑA LETICIA ISABEL CABEZAS BERMEJO

¿Qué puedo decir de la presentación de Leticia? Tantas veces debería aprender a decir gracias que los instantes se harían incontables.
Leticia es una persona que sabe llegar dónde muy pocos imaginan. Y además de muchas maneras. Bajo su lente puede captar el momento más mágico y olvidado. Y con sus palabras puede tender puentes allí dónde parecía imposible vadear el abismo.
Y a eso le acompañan una valía extraordinaria. Un extenuante afán de creación, de construcción y de experimentación. Algo de lo que, por cierto, anda muy necesitada una sociedad llena de afanes destructores, de competencia agresiva y cainita.
Y es ahí dónde el mensaje cristiano adquiere su naturaleza más sencilla. En cofrades que, como Leticia, no buscan los primeros puestos, ni el reconocimiento. Que solo con su trabajo dan testimonio.
Leticia, y Antonio que para mi son muchas veces uno, han dejado de lado la comodidad para apasionarse y vivir en primera persona la locura de seguir a Cristo. Y son el reflejo de tantos cristianos jóvenes que sufren en sus carnes las injusticias de la sociedad actual. Y juntos, nos rebelamos ante ellas. Pero siempre con el propósito claro de construir. De cimentar la justicia, la igualdad y el mensaje de Cristo como solución de futuro.
Y a pesar de las desilusiones, de los fracasos, del desprecio fijaos siempre en Él.
A pesar de todo ello, jóvenes cofrades, como vosotros están sembrando el futuro. Nada cae en saco roto. Y algunas semillas de las que plantas darán fruto, unas treinta, otras sesenta y otras ciento.
Y quien tenga oídos que oiga.
Gracias Leticia. Frente a los sinsabores, tenemos mucho que ofrecer, mucho que recordar y mucho que dar a los demás.
Que el Señor de Las Penas permita que nuestra amistad dure muchos años.
Y ya sabes que Él os espera cada Martes Santo para que abracéis su cruz.
No digo más.

PREGONAR PARA COMPARTIR

¿Qué es pregonar? ¿Qué hay qué pregonar? ¿Por qué utilizar palabras cuando las imágenes lo llenan todo? ¿Por qué, si todo lo que diga quedará pequeño, incompleto e insignificante?
Cuando la Junta de Gobierno de esta hermandad me nombró pregonero sentí el peso de no saber hasta qué punto merecía ese reconocimiento. Más aún cuando entre sus hermanos cuenta con cofrades de categoría, de trabajo reconocido y de valía enorme.
Puedo enumerar a muchos que ya han cantado la naturaleza hermosas y cautivadora de nuestra cofradía callada del Martes de Pasión. Podría enumerar a otros muchos que atesoran inmarcesibles recuerdos, vivencias e ilusiones.
Y yo no me encuentro entre ellos.
He escrito estas líneas con la convicción de plasmar el sentimiento puro y desnudo. De no adornar nada. Con el único propósito de ser reflejo de la hermandad y cofradía del Señor de Las Penas.
Porque, si algo he aprendido en mi vida como cofrade del Señor de Las Penas, es a sentir de cerca la
Humillación con la que Cristo salvó a la humanidad. Una humillación, una manera de abajarse al silencio, la humildad y la disciplina que mis hermanos cofrades hacen ejemplo cada año, cada Semana Santa en la que se obra el milagro de llenar las calles con su imagen doliente.
Por eso estas palabras solo buscan mostraros cómo siento la cercanía del Señor cada vez que camino junto a Él. En la compañía callada y sacrificada de mis hermanos. Y lo quiero hacer buscando esa humildad que solo un Dios hecho Hombre nos dejó como modo de vida, camino recto, Verdad sencilla y silente.
Pero, ¿por qué pregonar?
El oficio de pregonar entronca con la naturaleza humana más antigua. Se pregona para anunciar algo, se pregona para avisar, para estar alerta. Se dan pregones para convencer, para mover a un fin. Últimamente se pregona, especialmente para vender, para ganar, para dar fama.
Pero yo os quiero pregonar para reconocer, para compartir, para señalar el camino de la Verdad. De esa Verdad con mayúscula que mueve a un grupo de cristianos a salir a la calle a evangelizar. Y eso en pleno siglo XXI. En un mundo globalizado, a menudo indiferente.
Un grupo de cristianos que más allá de comodidades y obstáculos constituye un nexo de unión entre la fe antigua y heredada, el arte y las necesidades de los tiempos actuales.
Con esa amalgama magnífica se genera una sensibilidad peculiar, se demuestra una fe con un carisma viejo y primigenio. Esa es la semilla de la Hermandad y Cofradía que da culto al Señor de Las Penas.
Al pregonar voy a olvidar. Voy a dejar de lado nombres y personalismos. Tengo conciencia de que dejaré fuera a mujeres y hombres que forjaron el camino, que se desvelaron por y para esta corporación pasional. Que musitaron oraciones muy calladas, muy íntimas, a los pies del Señor de Las Penas. Sin duda Él mantiene en sus divinas manos esa ofrenda, anónima y única. Sin duda de Él parten todos los caminos y a Él llegan. Y para solo Él dejo el testimonio callado de los que tanto habéis soñado, tanto habéis sufrido, tanto construido, tanto añorado.
Permitidme que comience donde comienza todo cada Martes Santo. Donde se hace luz la noche oscura, donde me quede hace un año mirando el horizonte. Nublado y vacío.

Se abren las puertas del Carmelo

Es difícil no conmoverse,
quedarse sin palabras,
sentir extraña añoranza,
acercarse a la catarsis,
desplegar el manto níveo de lo que es bello
sin necesidad de ropajes,
atravesar los caminos pasionales
en todas las direcciones,
escuchar el rumor
del Paraíso prometido,
sangrar por nuestra piel
con infinita elegancia.

Hollar la lúgubre noche,
mantenerte en silencio extático y sublime,
soñar en duermevela,
tronar en Cielo
con fulgor de reyes,
andar sobre las aguas
con cadencia mayestática,
arrastrar el peso
de culpas ajenas,
escupir al suelo
con gusto a hiel y tierra,
desvelar los horizontes
por siempre ocultos.

Se abren las puertas del Carmelo

Caminar, caminar, caminar
hasta dónde caen los océanos eternamente.
Caminar contigo en pos de tus palabras,
con la herida llagada y abierta del tiempo.
Caminar tras de ti
hasta que musites cualquier palabra.

Déjame que camine tras tu senda,
tu mirada, tu alborada.

Déjame tu cruz, tu sangre,
tu cuerpo, tu perdida esperanza.

Déjame, eternamente, tu noche
y la finura de tu estampa.

Y con este anhelo de cofradía han pasado veinte años. Dos décadas de una de las hermandades más jóvenes de la vetusta Ciudad de Reyes.
Pero debemos pararnos en el nacimiento de la historia de la Hermandad.
Primero su fundación en el corazón de Castilla, que viene a ser lo mismo que decir el alma de España. Una España que cinco siglos antes había abierto los caminos de nuevos mundos. Había surcado los mares empequeñeciendo la humanidad y llevando el mensaje de las Penas y Redención de Cristo a pueblos lejanos y para siempre hermanados.
En frías tierras de páramo, entre trigales y neblinosas tardes de espera se gesta la Humillación del Señor de Las Penas. Un nacer apresurado como otros muchos. Con hombres que buscaban otra manera de hacer oración con el silencio.
Buscó su hueco alejada de los afanes de la ciudad. De vecinos que se acostaban cuando asomaba la
cofradía por la calle Quevedo.
Se abrió paso calladamente, con la modestia de un Cristo antiguo, de pies pesados y manos callosas. Al rebufo de portadores que arrastraban el peso a la antigua usanza de los labradores manchegos. Cargando al hombro, enhiestos, duros, solemnes.
Y la ciudad se asomaba perezosamente tras los cortinajes. Miraban de lejos a un Hombre moreno cargado con la cruz. Era un hombre apresurado en la madrugada de un Martes de pasos rodados. De cautivo maniatado y esperanza atormentada.

Era el año 1993 y la talla de un Cristo Padre arrastraba el madero y los recuerdos. Una talla que había dormido décadas en los sueños del taller de González Gil. Que había visto pasar dichas y temores. Que se había hecho mayor esperando. Una imagen del Señor que había mirado cara al hombre en el postrero hálito de su vida. Un Cristo con más huellas era imposible. Un Cristo que marcaría el destino de una hermandad que pasó mucho tiempo esperando.
Así empieza todo cada Martes Santo. Una mañana a menudo brillante. Con una fina capa de rocío sobre el yermo manchego. La cera ya goteada sobre nuestras calles hace dibujos caprichosos de diferentes colores. La cera de los pequeños niños nazarenos que juegan a verter su mundo de sueños sobre los adoquines.

Ya tiene sabor la mañana del Martes.
Sabor a Pasión antigua y nueva. Que cada año se hace nuestra para volver a nacer como hijos de un Dios que nos lega la mayor de las dichas.
Y tiene sabores añejos de manos sabias. Sabores nuestros a tradiciones eternas. Al amor de madres y abuelas que tanto saben de devociones ocultas, de plegarias intensas y de emociones nuevas. Torrijas, flores y rosquillas. El universo doméstico se prepara para el sacrificio vespertino. Bajo el costal o el capillo. La noche se llena de luna creciente, de rumores y de primavera. Algo despierta en la dormida plazuela.

Cada Martes Santo. La cofradía joven se hace muy vieja.

El muñidor espera. Otra espera más. Otra espera incomprendida, educada e incierta. La figura que emergió de los tiempos para pregonar noche, dolor, llanto y luz. La figura enhiesta del caballero castellano de los siglos gloriosos. El cristiano que porta mensaje, que pide venia.
Nos vemos retratados en el rostro del muñidor que retrata la devoción secular. Los hermanos de Las Penas sentimos esta figura como nuestra. Juan Ángel y ahora Carlos son algunos de los hombres que han tenido el privilegio de abrir el cortejo más completo de nuestra Semana de Pasión.
El muñidor golpea la pesada madera de las puertas del Carmelo. Golpes de vida que restallan en la noche callada. Golpe de palermo seco y fugaz. Golpe del martillo enérgico y sabio. Golpe de la trabajadera bajo un peso de piedad. Golpe de la cruz que arrastran treinta y cinco almas como una sola. Golpe de los zancos que vuelan, huyen del dolor y, al final, descansan.
Y ahí reside una de las dichas grandes de esta cofradía. El privilegio de cargar sobre la cerviz el peso de culpas, sangres y lejanías. El sueño de ser Cirineo. De tocar el suelo de la clausura carmelitana para levantar a Cristo.
Ser costalero en Las Penas es no necesitar de marchas para sentir la emoción de la carga divina. Ser costalero en las Penas es encontrar a Dios en el silencio, es encontrarte más plenamente unido a la Pasión del Señor. El costal como corona de espinas, el peso del madero del que se escucha un crujir lastimero y cadencioso. La faja ajustada como cíngulo de promesa. El sudor y el racheo que monótonamente llenan cada una de las calles.
Ser costalero en Las Penas es mirar con el corazón, desde los adentros.
Muchos hombres con los que comparto trabajadera pueden dar fe de ello. Muchos volvieron porque sintieron el sabor antiguo del oficio costalero bajo el peso del Cristo carmelitano.
Y a ello no son ajenos quienes son los ojos de tantas almas. Los Abenza. Que han sabido otorgar una personalidad única al caminar, de zancada poderosa, del Señor de Las Penas.

NACER EN LA CLAUSURA

¿Qué surge de detrás de los muros? ¿Qué eco diminuto y quedo? ¿Qué tímidos reflejos de cera y de duelo?
Se ha desbordado un río que ha nacido en la quietud de la clausura.
La casa de Dios está en silencio. Cada Martes de Pasión hay un momento mágico en que se oye apenas un rumor, un rumor de pasos y un leve golpe en los corazones. Otro golpe más. Aún más íntimo y personal.
El Señor hecho Pan se refleja en el Señor moreno que carga la cruz y con una zancada sale a la calle.
La bruma de incienso envuelve este momento único en la ciudad que fuera abraza la plazuela, tan suya. La cofradía se mueve. Se hace una. No se oye nada más que el crujir magnífico de la madera del paso. El Señor camina. Se duele. Se para. Se eleva despacio.
Esta estampa llena de recogimiento y vida se hizo posible por el coraje y la decisión firme de muchos hombres y mujeres que están aquí presentes. No seré yo quien los loe porque no sería imparcial. Pero con toda la humildad cristiana son ellos los cinceladores de uno de los instantes más impresionantes de la vida de un cofrade. Ellos y las Reverendas Madres que nos acogieron han de tener el mayor de los reconocimientos. El mío lo tienen desde hace mucho años y solo puede serlo en forma de amistad. Nuestro Hermano Mayor, Francisco Turrillo y su Junta de Gobierno son ya parte de la Historia cofrade de nuestra ciudad. Son nombres en la tradición de Ciudad Real. Y eso en la llanada manchega, donde se acostumbra a olvidar lo nuestro para desvivirse por lo de fuera.
Nunca seréis profetas en vuestra tierra. Por desgracia.

CAMINO DEL PRADO

La calle Azucena es un río de sangre roja. Los cirios el camino de luz. De Evangelio hecho arte. De Palabra hecha Hombre. Y al fondo la Madre que espera.
María está siempre. En la Pasión se hizo presente y los hermanos de Las Penas nos hacemos los encontradizos para quedarnos a su lado. Deseamos sentir su presencia inmensa y humilde.
Desde la reja del Camarín se asoma. El corazón lacerado al ver el sufrimiento de su Hijo. El Encuentro en una vía dolorosa más. La reja que es alma de la ciudad. Los ojos bellísimos de una madre que siente. Una cofradía que se postra y medita, mirándola.

Has llegado muy cansada
y se te ha caído el alma al suelo.
Has buscado por tantos rincones
y sentido sin saberlo.
Te ha atrapado el tiempo,
te has dejado jirones de piel
entre nuestro silencio.

Yo te he mirado a tus ojos,
tan bellos,
que se te entornaban,
que se te hacían eternos.
Te he mirado dentro y
no has querido sonreírme.
Y se te han ahogado las palabras de tristeza.

No vas a entenderme
cuando te hable de aquellas noches imperfectas,
cuando abríamos y cerrábamos tantas puertas,
sin importarnos el dolor de tu Hijo.

No vas a entenderme
cuando te diga que me gusta verte tan sola
con la mirada perdida sobre los tejados
de tu ciudad dormida.
No vas a entenderme
cuando se me hagan eternas tardes como ésta,
contando el tiempo,
acariciando los últimos días de primavera,
soñando con el alma muy negra,
llena de muy negra pena.

No me entiendes
cuando no me salen las cuentas,
cuando el día se hace noche
y ya no me esperas,
cuando el cuerpo de tu Hijo sabe a sudor
y a sangre seca,
de tanta herida aún abierta.

No vas a entenderme
porque te has dormido con la luna llena.
Porque Tú lo sabes todo,
sin duda, sin mancha,
confías y esperas.

A LA SOMBRA DE LAS IGLESIAS

Y la cofradía navega en la noche. Atraviesa la plaza. Y las heridas de su historia. Los vacíos de lugares y de personas.
Y sube Cuchillería para dormirse a la sombra de San Pedro. Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
La puerta de la Umbría y su musgo de siglos la contempla. La cofradía a la sombra de la Iglesia. La hermandad que sale en busca de la nueva evangelización. Y he aquí que las cofradías se hacen prolongación de la Palabra en este Año de la Fe.

Al comenzar este nuevo milenio, el beato Juan Pablo II nos hacía un llamamiento para renovar la formación de los pueblos del mundo. Un llamamiento para extender el mensaje del Evangelio y hacer frente a la secularización de la actual sociedad mediante una nueva evangelización.
Los cofrades somos parte activa de ésta respuesta y este compromiso. El carisma cofrade debe desarrollarse en el seno de una Evangelización que se presenta como renovada y abierta a los nuevos tiempos. Y todo ello cuando el ser cofrade parece que representa unos valores antiguos y desfasados para el mundo en el que vivimos.
Cuando las campanas de Trento anunciaron un nuevo camino para la Iglesia universal. Cuando nacieron las cofradías y hermandades, uno de los muchos fines que tenían era el de mostrar el Evangelio al mundo. El de dar a conocer los misterios de la Palabra de Dios a una población de escasa cultura. Se trataba de dar formación cristiana, formación plástica y visual. De evangelizar a aquellos que no conocían la vida de Cristo. “Nadie enciende la lámpara y la pone en un rincón, ni bajo un celemín, sino sobre un candelero, para que todos tengan luz” dice San Lucas (Lc 11,33).

En la actualidad nos encontramos un mundo alejado del hecho religioso, una humanidad que es consciente de Cristo, y a veces lleva a su vida parte de su mensaje, pero que vive apartada de Dios y su Evangelio. Que desconoce el Misterio de la Redención.
Por eso hay que salir a las calles a anunciar a Cristo y su mensaje. No quedarnos esperando a que vengan a nosotros. El compromiso nos impone la necesidad de salir a la calle y dar luz en la oscuridad, como hacen los nazarenos desde sus filas con sus cirios, luz que es símbolo y, a la par, testimonio.
Ese es el fin y el espíritu de las cofradías y hermandades. Y está hoy más vivo que nunca. Hay que salir a las calles, a las plazas y a los barrios, llevando el mensaje de Cristo. En primer lugar los cofrades que como cristianos en el día a día y en el trabajo dan ejemplo de cómo hay que vivir el Evangelio. Y en segundo lugar sacando los templos de dentro hacia afuera. Los altares que son nuestros pasos y el peso de su Historia. El Evangelio que se ha hecho imágenes para que la gente reconozca por las calles a su Redentor, y vea a Aquel que tanto nos amó y que dio la vida por nosotros.
De esta forma nos convertimos en portadores del Mensaje. Comunicamos la acción evangelizadora y llamamos a lo más profundo de muchos corazones. Después la semilla ha de germinar. En la parroquia, en la vida cristiana, comprometida y constante.
Es imposible dejar de reconocer este papel comunicador de las cofradías. La Semana Santa, en aquellos lugares donde no existen cofradías o hermandades, está más secularizada, más vacía de contenido cristiano, que aquellas que llenan sus calles con la imagen de la Pasión de Cristo.
Otra labor fundamental de las cofradías en la nueva evangelización, es la formación interior de sus miembros. La necesidad de recibir una formación cristiana es básica. Y para ello debemos tener la atención de nuestros pastores. Aquellos que, a menudo, desconocen nuestras inquietudes.
Y lo mismo con las familias. Benedicto XVI ha afirmado, en numerosas ocasiones, la importancia del trabajo con las familias. Las hermandades y cofradías tienen un campo magnífico para evangelizar desde la familia, para ayudar a consolidarlas en la fe, para unir en la oración a abuelos, padres e hijos cofrades que se mantienen en su seno.
Sabemos que el futuro de nuestra sociedad, de nuestra Iglesia y muy especialmente de nuestra Semana Santa, es la formación y vida cristiana de nuestros jóvenes y familias.
Una Semana Santa llena de cofrades sin profundidad, sin amor a Dios es una Semana Santa sin presente y sin futuro.

Pero volvamos a la Vía Dolorosa que llena con cera cárdena el suelo de siglos de las calles de la Antigua Judería.
Cada Martes Santo las filas nazarenas y el racheo del esparto dibujan un lienzo que renace. La anciana calle de la Sangre se despereza para observar el perfil del Señor cargado. El perfil de su cruz redentora que atraviesa las esquinas de la antaño calle de Judíos. Y, en ocasiones, descansan los hombres, fatigados ya por el peso, allá donde estaban los viejos conventos de la entonces Villa Real.

Dulce de Nombre de María que resuena como anhelo nazareno y sueño incomprendido.
Refugio de Cristo para desvalidos que buscan sentido y sino.
Y dominica Palabra de Vida, prédica de frailes que pararon el tiempo con su verbo y repartieron caridad por Santo Domingo.

Las piedras bellas que se perdieron. Y que ahora son acompañadas por las Concepcionistas Franciscanas. Tan íntimamente unidas a las cofradías de la ciudad que fueron despedidas como la ciudad acostumbra. Ante la sorpresa y el frío de noches llenas de pasos, asomando la Pasión a sus cancelas.
Aún nos queda la estampa pétrea de su casa. No dejemos que se repita la historia. Que el tiempo sepulte la Ciudad Real eterna y el recuerdo de sus almas más puras.

En cada balcón, a tu paso,
asoma una luna cárdena.
En todos ellos se levanta
una noche precipitada.
Los hombres se han dormido
para dejar paso al sueño.
Los niños ya se han ido.
Han siseado músicas,
han jugado a lo lejos.
El viento entre tus labios.
Las palabras que se olvidan.
El saber que se ha acabado el tiempo,
la dicha y la vida.

Santiago recorta la silueta sobria de su torre. Y las Hermanas de los Pobres esperan al Señor de Las Penas. La oración es un clavel en sus labios que reconforta. Durante años han sido el descanso de los pasos de la ciudad. Siempre el Señor y su Madre han encontrado en su casa el Amor, la Caridad y la Fe de siglos. Puede acabarse la confianza en la raza humana pero no será mientras quede una hija de Santa Ángela sobre la faz de la tierra.

TRAS VEINTE AÑOS DE PENAS

Se ha hecho tarde. La cofradía se ha quedado sola. Sola a medias. Más de un centenar de almas hacen de ella un cortejo de barrocos sueños. Una obra de arte ordenada, elegante y completa. Desde la Cruz de Guía a las cruces penitenciales. Pasando por la figura insustituible de los acólitos. Esos que abren paso de manera ungida y sacra al Titular. Esos a los que pocas veces se reconoce.
Y el nazareno de luz. Que con su presencia anónima y callada es la imagen última de la penitencia. La persona que bajo el capillo representa de manera más gráfica la Humillación de Cristo.
Aprendamos y vivamos como nazarenos. Es en la última revirá del paso cuando el nazareno mira tímidamente a sus espaldas y siente en su corazón la alegría de pasar un año más junto a Él. Piensa calladamente en el peso del tiempo. Y se da cuenta de que todo pasa pero Él permanece.
A lo largo de su historia la hermandad ha visto pasar el tiempo. Ha crecido en la bisagra de dos siglos llenos de profundas huellas e inmensas inquietudes.
Y sería injusto no señalar los sinsabores, los temores, los abandonos, las negaciones y las flaquezas humanas, demasiado humanas.
Que todo ello valga también de ejemplo. De sacrificio.
Que todo ello sea testimonio en este Año de la Fe y sigamos la magnífica enseñanza que el Papa Benedicto XVI nos lega en su mensaje para la recién estrenada Cuaresma de este año 2013. Una cuaresma que quedará para siempre marcada por un Papa que no pudo con la carga, que admitió su debilidad. Y ese testamento de humildad, de abandonar, no lo es por falta de valentía sino más bien un reconocimiento de búsqueda del bien de la Iglesia. Allanar el camino para que su inmensa obra teológica sea implementada con fuerza, con energía, con valor. Las premisas que los cristianos cofrades saben conjugar cuando alguien nos menta expresiones como “tirar con fuerza pa' arriba” o “al cielo con Él”.
Nos dice el Papa a todos:
La fe constituye la adhesión personal a la revelación del amor gratuito y apasionado que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por concluido y completado»”.

EL SEÑOR SE HA DORMIDO EN LA QUIETUD

A la vuelta las puertas chirrían de nuevo en la Plazuela. La vida de Cristo desmenuzada sobre los adoquines, derretida en las aceras de una humanidad indiferente.
Tiempo de cristianos llamados a no dejar que se apague la luz de siglos.
Hombres y mujeres llamados a mantener la identidad cristiana legada.
Y el viento que sopla desde extramuros, que baja hacia el Carmen secando recuerdos. De clausuras perdidas, de claustros cubiertos de musgos centenarios.
Veinte años son una nimiedad para la inmensidad de Dios. Veinte años son pocos pero hacen a una persona sabia, recia, calmada y llena de sosiego. La cofradía en la calle se recoge.
Cofradía que es imagen ejemplar pero hermandad que es durante el año. Hermandad que es en la Iglesia, hermandad que ha sufrido travesías de vientos contrarios y embates de mares bravías, que ha sabido levantarse y que también muestra llagada las Penas de su nombre. De la incomprendida Pasión por un carisma que, como el cofrade, no siempre tiene el reconocimiento, la compañía y la tolerancia que merece. Incluso, y decirlo duelen prendas, de aquellos hermanos en Nuestro Señor, en nuestra diócesis, en nuestra misma Madre Iglesia.
Por eso hay madrugadas de Martes Santo en que los hermanos de Las Penas se quedan sentados junto al Señor. Como el Apóstol Amado sueñan en su pecho infinito.
Sueñan con su imagen verdadera en el sagrario y con hechuras bellas de Cristo por venir.
Sueñan con su Madre, orlada por la devoción de un pueblo único en el mundo, de la nación que la proclamó Inmaculada. Y se sienten plenos. Aunque solo sean sueños.
Y se completa la estampa de los días más bellos del año. El misterio único e irrepetible de la Redención en la longeva Ciudad Real.
El Señor se queda dormido en su clausura. Simón de Cirene se aparta magullado.
Arropado queda el Cristo de veinte primaveras e incontables siglos. Arropado con las oraciones que musitan las hermanas. Esta noche se quedarán en vela. Junto a su perfil que perdona y se arquea bajo el peso del cáliz que le espera. Se acercan las horas amargas.

La Ciudad te despide. La noche queda como testimonio.
Veinte años de Penas que ya se han hecho eternos en tu nombre.
Que ya son tuyos.


Días que se abren
como rosas violentas y facetadas.
Hasta lo infinito.
Hombres y mujeres apresurados.
En pos de quimeras que te velan.
Que no dejan verte.
Entre la atmósfera inicua
aparecen ocultos mensajes
que se adormecen.
Emotiva noche en la que hace frío
de adentro hacia afuera.
Y todo queda apagado a tu paso.
La esperanza. La ubicuidad.
La caída de tantos dioses
con los pies de barro.
Das la mano a los niños
que se quedaron rezagados.
A los que soñaron más allá
de oscuras estrellas.
De la gélida realidad
de calendarios con días perdidos.
Tu mano.
Las venas marcadas
formando galaxias.
El inicio.
La luz que raya el milagro.
Llegaste.
Has venido.
Rápido y en silencio.
Muy callado.
Y luego llegan mis Penas.
Puestas bajo tus plantas.
De tanta rabia que contengo,
de tanto miedo.
Tanto temblor por dentro
cuando te veo,
cuando te noto cerca,
cuando te siento.
Tanto vivir en nubes.
Tanta belleza
y tanto duelo.
Tantas pasiones prohibidas,
tanto desprecio,
tantas emociones,
tanto lagrimeo.
Tanto duda en los labios,
tanto dime algo,
y tu boca cerrada
llena de palabras
que no entiendo.
Tantas ganas de seguirte,
y tantos impedimentos.
Tantas ganas de amarte
y estar despierto.
Tanta nube negra,
tanto extraño universo.
Tantas promesas,
tanta oración insincera,
tanto que no merezco.
Tantas noches en vela,
tanto luego te veo,
tantas palabras,
tantos silencios.
Tantísimos besos que no dimos,
tantos deseos.
Tantas primaveras,
tantos inviernos.
Tantas miradas,
junto a tantos espejos.
Tantos, tantos, tantos
tantos momentos.
Tanta soledad,
por no seguirte,
por no saber decir
yo también quiero.

HE DICHO

lunes, 11 de febrero de 2013

Nos deja el Papa teólogo y de la caridad.

Sólo el tiempo dará una visión más exacta de la grandeza del pontificado de Benedicto XVI.
Un pontificado lleno de símbolos y de gestos extraordinarios que aún muchos no han entendido.
La figura de un Papa que ha sido un trabajador incansable, que nos lega una inmensa obra en número pero, sobre todo, en contenido.
Un Papa para tiempos recios, es especial, para la Iglesia de Cristo.
El Señor premiará sus desvelos y sus trabajos. Su grey somos conscientes de su figura inmensa y transcendente.
Figura que la Historia guarda como única, irrepetible, bondadosa y singular. Como testimonio del Pueblo de Dios que usa todas las herramientas posibles para extender la Palabra, hacer el bien y señalar hacia donde caminar para encontrarnos con la Verdad.


Nos mudamos

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