Y el calendario que se despereza con parsimonia. El fruto vedado de
nuestros sueños que se hacen, se besan, se duermen y se convierten
en golondrinas de papel.
Cientos de días y hemos echado a volar con la ligereza de las aladas
sandalias de Hermes. Y nos intercambiamos mensajes mirándonos a los
ojos. Con brillo saturado de LEDs juguetones.
Tú levantando el velo de tus ojos. Espesando la noche en tus
manecitas de harpista que toca el clarinete. Los sonidos se te han
pegado al cuerpo y con el olvido has siluteado figuras maquilladas.
Tú y tus música tristes de atardeceres inmensos. Esos cielos
anaranjados donde el horizonte es nuestro tiempo.
Tú y tus solistas quebrados con voces atormentadas y mareantes ecos.
Tú y las maravillas que se guardan en tus labios, los icebergs de tu
boca, el taimado brillo de tus comisuras que son dos columpios.
La sonata de las noche que quemamos con ansía. La libertad y sus
frías estancias. El arrullo de tu pecho que se arma. La batalla de
las libélulas, de mañana. Los planes para volar. Las canas de mi
alma. El tren a y media. La gasolina exacta. Restaurantes demodé y
asiáticas marcas. Las raíces de los árboles que nos enganchan. Los
hombres que siguen matando con sus armas. Días neutros en las
atarazanas del estrecho. Accidentes de dolor y ausencias
improvisadas. Celuloide en las pantallas y palomitas muy blancas. El
sabor del mar y de su agua salada.
Tantos días, más de ciento, desayunando mermelada. Tanto amor por
entregarte con la vida a cuestas. Reprogramada. Y no hay sorpresas ni
esperanzas. Tan solo querernos hasta que llegue el alba, la vida y
Adán con su manzana. No puedo recorrer sólo tantas madrugadas. Si
tú vienes mis ojos son dos laberintos que se arropan en tus llamas.
Si llegas mis tormentas amainan.
Para tí las lluvias de primavera, los ventisqueros de las condesas.
Para tí el olor a tierra mojada y las caricias de mis manos cansada.
Para tí esos versos que no se escriben y los besos que nunca se
alargan.