viernes, 26 de junio de 2009

Soñando mares (epílogo en cuatro actos)



(Por llegar allá dónde nacieron tus sueños)

A lo lejos ves la rotundidad de las olas del mar y te asustas, pero confías en la hondura de tu propio corazón que te hace vencer siempre.
Te reflejas en mi iris con una fuerza inusitada como un maremoto cósmico único.
Atravesaste las corrientes más violentas y avanzaste sola en caminos que antes te asustaban y yo te perdoné todo.
Ahora aprietas profundamente sobre tu pecho el último recuerdo, las últimas huellas en el camino, embarrado después desde las tormentas que vimos caer juntos.
Has llegado al final del discurrir de las aguas.
Ahora el mar da un abrazo sublime a todos los torrentes furibundos de tus montañas más agrestes...

¡Qué bella estás a la orilla plácida de tus aguas!
¡Qué reflejos tan dulces nacen en tus cabellos!

I

Te mereces este remanso eterno,
te mereces que se mueran todos los poetas y sus versos,
te mereces hasta lo níveo que fundiste,
lo abyecto que trocaste bello, lo humilde, lo imperecedero.
Te mereces lo encrespado, lo atrayente, lo pulcramente exento.
Te mereces lo silente, lo apremiante, lo suavemente inexperto.
Te mereces buscarte y perderte a las puertas del infierno,
te mereces tanto que todo lo que yo pudiera darte
te parecería, absurdamente,
tan pequeño...

II

Allá dejaste tus gotas de sudor,
que han hecho mares y océanos.
Saberte tan inmensa,
buscar mirarte los ojos y encontrar
que no existe horizonte.
Allá quedaron las tierras que hollaste,
con tu sabor a canela y nenúfar.
Allá los hombres que quisieron atravesar tus aguas
y en ella ahogaron su dolor.
Allá la imposible misión
de encauzarte para poseer
tu sutil reflejo de atardeceres.

III

Y girando entre tus suaves caricias,
en las ondas y entre las praderas,
te has hecho mujer y escollera.
Te has asaeteado el corazon
con dulces esperas.
Me quedaré en lontananza,
observando de tus barcazas las velas,
me quedaré en los sueños de esta dársena
dónde musitas palabras quedas.
El rumor de las olas, la bruma,
el sabor a sal de tus labios,
la armoniosa atalaya
de tus dudas inquietas.
Ya no serás río, ni fuente,
ni profundo lago, ni blanca presa.

IV

Duérmete que has atrapado esos sueños,
de alta montaña, de dura existencia.
Duérmete para siempre,
que yo te seguiré en
estas noche de vela.
Condenado a no soñarte
hasta mas allá de las estrellas.

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