
Entrar en una estancia y ver un Balthus, sentir una profunda úlcera en el estómago, sabor ácido que te inunda el paladar.
Tantos días y noches así.
Juzgarlo vosotros mismos. Y decidme si no es perturbadoramente bello, estático e incómodo. Decidme si no es inocencia, quietud y casi religiosidad. Decidme por qué sé supo tampoco de él, por qué se encerró entre las montañas suizas, por qué buscó hasta el fin de Dios la belleza.
Comienzo a repasar el arte con sus sanguinolentos y perturbados ojos.
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