domingo, 22 de agosto de 2010

Entre cajas apiladas

Definitivamente odio ser un apátrida. Detesto abandonar y encajonar mi vida y mis recuerdos, y moverme otra vez lejos. No saber si volver, no saber si tu estarás esperándome. Odio esta zumbante sensación de provisionalidad.
Me ahogan todos los recuerdos de este segundo fin de año. Me invade la oprobiosa ansia de huir.
Y al final toca decir adiós, porque es adiós. Y prefiero huir tan lejos como pueda.
Preferiría cerrar los ojos y quedarme con tus recuerdos, con los vuestros... Con ser como sois que será como seréis.
Y otra vez con la casa a cuestas. Con el agua que llena mis ojos de amor. Y tantas palabras por decir, tantas noches de luna por vivir, tantas maravillas en tus manos, tus susurros, tus incendios de primavera...
Ya no nos queda tiempo.
¡Nunca nos queda!
Todos esos libros que me regalasteis, que se han llenado de polvo y de las miradas cansadas de mis ojos tristes.
Todo se va a quedar dormido y todo lo habéis arrancado de mis entrañas. Y me duele.
Tu voz es lo único que me queda y la amo con todas mis fuerzas.
El dormitorio no para de llorar, el sol agoniza tras la ventana.

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