jueves, 6 de agosto de 2009

Signorelli



El alma glauca de Signorelli deja entrever sus obsesiones más íntimas como si de un cristal lleno de vaho se tratase.
Estos locos divinos de la Escuela de Umbria fueron y son el culmen de toda la imaginación quebrada de güelfos y gibelinos, de donatistas y valdenses, de pelagianos decadentes y dulcinistas extraviados.
A veces me gustaría vivir en el taller de Signorelli o en el del maestro Piero.
Me gustaría llevarle los recados, "cuatro huevos frescos de gallina, media taza genovesa de vino y pergamino de a pulgada". Atravesando su puerta lo encontraría enfrascado en el bello perfil de Lucía, La Amalfitana, por ser su padre de esa rica villa marinera. Tan dentro de su obra, tan abstraído en el correcto dibujo, en el plegado señorial del velo de seda veneciana.
Y más allá, amontonados, los grandes lienzos del Duomo de Perugia y los encargos ducales. Tan llenos de trazas violentas, de fantasía fluyente de sus rojizos ojos.
La Madonna mayestática ordenando el mundo, orlada de santos ejemplares. Il Duomo rendido a sus pies de palimsepto monocromático. Desprendiendo ya el olor a incienso y siglos.
A veces me gustaría dormir entre sus criaturas y en la fantasía sempervivente de tantísimo universo creado, existente y vivo. Entre las paredes de las catedrales luminosas de la Umbría calada de mármol, llena de noche y luz, de sueños y cipreses que parecen llamas de una hoguera quimérica.

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