PREGÓN
XX ANIVERSARIO
PENITENCIAL
HERMANDAD Y COFRADÍA DE NAZARENOS
DE
LA HUMILLACIÓN DE NUESTRO PADRE JESÚS DE LAS PENAS
(CIUDAD
REAL)
FRANCISCO
DE ASÍS PAJARÓN HORNERO
CIUDAD
REAL, 15 DE FEBRERO DE 2013, AÑO DE LA FE.
Hermano Mayor y
Junta de Gobierno de la Penitencial Hermandad y Cofradía de
Nazarenos de la Humillación de Nuestro Padre Jesús de Las Penas.
Dignidades
eclesiásticas.
Autoridades
municipales.
Hermanos y
cofrades.
AGRADECIMIENTO A
DOÑA LETICIA ISABEL CABEZAS BERMEJO
¿Qué puedo decir
de la presentación de Leticia? Tantas veces debería aprender a
decir gracias que los instantes se harían incontables.
Leticia es una
persona que sabe llegar dónde muy pocos imaginan. Y además de
muchas maneras. Bajo su lente puede captar el momento más mágico y
olvidado. Y con sus palabras puede tender puentes allí dónde
parecía imposible vadear el abismo.
Y a eso le
acompañan una valía extraordinaria. Un extenuante afán de
creación, de construcción y de experimentación. Algo de lo que,
por cierto, anda muy necesitada una sociedad llena de afanes
destructores, de competencia agresiva y cainita.
Y es ahí dónde
el mensaje cristiano adquiere su naturaleza más sencilla. En
cofrades que, como Leticia, no buscan los primeros puestos, ni el
reconocimiento. Que solo con su trabajo dan testimonio.
Leticia, y Antonio
que para mi son muchas veces uno, han dejado de lado la comodidad
para apasionarse y vivir en primera persona la locura de seguir a
Cristo. Y son el reflejo de tantos cristianos jóvenes que sufren en
sus carnes las injusticias de la sociedad actual. Y juntos, nos
rebelamos ante ellas. Pero siempre con el propósito claro de
construir. De cimentar la justicia, la igualdad y el mensaje de
Cristo como solución de futuro.
Y a pesar de las
desilusiones, de los fracasos, del desprecio fijaos siempre en Él.
A pesar de todo
ello, jóvenes cofrades, como vosotros están sembrando el futuro.
Nada cae en saco roto. Y algunas semillas de las que plantas darán
fruto, unas treinta, otras sesenta y otras ciento.
Y quien tenga
oídos que oiga.
Gracias Leticia.
Frente a los sinsabores, tenemos mucho que ofrecer, mucho que
recordar y mucho que dar a los demás.
Que el Señor de
Las Penas permita que nuestra amistad dure muchos años.
Y ya sabes que Él
os espera cada Martes Santo para que abracéis su cruz.
No digo más.
PREGONAR PARA
COMPARTIR
¿Qué es
pregonar? ¿Qué hay qué pregonar? ¿Por qué utilizar palabras
cuando las imágenes lo llenan todo? ¿Por qué, si todo lo que diga
quedará pequeño, incompleto e insignificante?
Cuando la Junta de
Gobierno de esta hermandad me nombró pregonero sentí el peso de no
saber hasta qué punto merecía ese reconocimiento. Más aún cuando
entre sus hermanos cuenta con cofrades de categoría, de trabajo
reconocido y de valía enorme.
Puedo enumerar a
muchos que ya han cantado la naturaleza hermosas y cautivadora de
nuestra cofradía callada del Martes de Pasión. Podría enumerar a
otros muchos que atesoran inmarcesibles recuerdos, vivencias e
ilusiones.
Y yo no me
encuentro entre ellos.
He escrito estas
líneas con la convicción de plasmar el sentimiento puro y desnudo.
De no adornar nada. Con el único propósito de ser reflejo de la
hermandad y cofradía del Señor de Las Penas.
Porque, si algo he
aprendido en mi vida como cofrade del Señor de Las Penas, es a
sentir de cerca la
Humillación con
la que Cristo salvó a la humanidad. Una humillación, una manera de
abajarse al silencio, la humildad y la disciplina que mis hermanos
cofrades hacen ejemplo cada año, cada Semana Santa en la que se obra
el milagro de llenar las calles con su imagen doliente.
Por eso estas
palabras solo buscan mostraros cómo siento la cercanía del Señor
cada vez que camino junto a Él. En la compañía callada y
sacrificada de mis hermanos. Y lo quiero hacer buscando esa humildad
que solo un Dios hecho Hombre nos dejó como modo de vida, camino
recto, Verdad sencilla y silente.
Pero, ¿por qué
pregonar?
El oficio de
pregonar entronca con la naturaleza humana más antigua. Se pregona
para anunciar algo, se pregona para avisar, para estar alerta. Se dan
pregones para convencer, para mover a un fin. Últimamente se
pregona, especialmente para vender, para ganar, para dar fama.
Pero yo os quiero
pregonar para reconocer, para compartir, para señalar el camino de
la Verdad. De esa Verdad con mayúscula que mueve a un grupo de
cristianos a salir a la calle a evangelizar. Y eso en pleno siglo
XXI. En un mundo globalizado, a menudo indiferente.
Un grupo de
cristianos que más allá de comodidades y obstáculos constituye un
nexo de unión entre la fe antigua y heredada, el arte y las
necesidades de los tiempos actuales.
Con esa amalgama
magnífica se genera una sensibilidad peculiar, se demuestra una fe
con un carisma viejo y primigenio. Esa es la semilla de la Hermandad
y Cofradía que da culto al Señor de Las Penas.
Al pregonar voy a
olvidar. Voy a dejar de lado nombres y personalismos. Tengo
conciencia de que dejaré fuera a mujeres y hombres que forjaron el
camino, que se desvelaron por y para esta corporación pasional. Que
musitaron oraciones muy calladas, muy íntimas, a los pies del Señor
de Las Penas. Sin duda Él mantiene en sus divinas manos esa ofrenda,
anónima y única. Sin duda de Él parten todos los caminos y a Él
llegan. Y para solo Él dejo el testimonio callado de los que tanto
habéis soñado, tanto habéis sufrido, tanto construido, tanto
añorado.
Permitidme que
comience donde comienza todo cada Martes Santo. Donde se hace luz la
noche oscura, donde me quede hace un año mirando el horizonte.
Nublado y vacío.
Se abren las
puertas del Carmelo
Es difícil no
conmoverse,
quedarse sin
palabras,
sentir extraña
añoranza,
acercarse a la
catarsis,
desplegar el manto
níveo de lo que es bello
sin necesidad de
ropajes,
atravesar los
caminos pasionales
en todas las
direcciones,
escuchar el rumor
del Paraíso
prometido,
sangrar por
nuestra piel
con infinita
elegancia.
Hollar la lúgubre
noche,
mantenerte en
silencio extático y sublime,
soñar en
duermevela,
tronar en Cielo
con fulgor de
reyes,
andar sobre las
aguas
con cadencia
mayestática,
arrastrar el peso
de culpas ajenas,
escupir al suelo
con gusto a hiel y
tierra,
desvelar los
horizontes
por siempre
ocultos.
Se abren las
puertas del Carmelo
Caminar, caminar,
caminar
hasta dónde caen
los océanos eternamente.
Caminar contigo en
pos de tus palabras,
con la herida
llagada y abierta del tiempo.
Caminar tras de ti
hasta que musites
cualquier palabra.
Déjame que camine
tras tu senda,
tu mirada, tu
alborada.
Déjame tu cruz,
tu sangre,
tu cuerpo, tu
perdida esperanza.
Déjame,
eternamente, tu noche
y la finura de tu
estampa.
Y con este anhelo
de cofradía han pasado veinte años. Dos décadas de una de las
hermandades más jóvenes de la vetusta Ciudad de Reyes.
Pero debemos
pararnos en el nacimiento de la historia de la Hermandad.
Primero su
fundación en el corazón de Castilla, que viene a ser lo mismo que
decir el alma de España. Una España que cinco siglos antes había
abierto los caminos de nuevos mundos. Había surcado los mares
empequeñeciendo la humanidad y llevando el mensaje de las Penas y
Redención de Cristo a pueblos lejanos y para siempre hermanados.
En frías tierras
de páramo, entre trigales y neblinosas tardes de espera se gesta la
Humillación del Señor de Las Penas. Un nacer apresurado como otros
muchos. Con hombres que buscaban otra manera de hacer oración con el
silencio.
Buscó su hueco
alejada de los afanes de la ciudad. De vecinos que se acostaban
cuando asomaba la
cofradía por la
calle Quevedo.
Se abrió paso
calladamente, con la modestia de un Cristo antiguo, de pies pesados y
manos callosas. Al rebufo de portadores que arrastraban el peso a la
antigua usanza de los labradores manchegos. Cargando al hombro,
enhiestos, duros, solemnes.
Y la ciudad se
asomaba perezosamente tras los cortinajes. Miraban de lejos a un
Hombre moreno cargado con la cruz. Era un hombre apresurado en la
madrugada de un Martes de pasos rodados. De cautivo maniatado y
esperanza atormentada.
Era el año 1993 y
la talla de un Cristo Padre arrastraba el madero y los recuerdos. Una
talla que había dormido décadas en los sueños del taller de
González Gil. Que había visto pasar dichas y temores. Que se había
hecho mayor esperando. Una imagen del Señor que había mirado cara
al hombre en el postrero hálito de su vida. Un Cristo con más
huellas era imposible. Un Cristo que marcaría el destino de una
hermandad que pasó mucho tiempo esperando.
Así empieza todo
cada Martes Santo. Una mañana a menudo brillante. Con una fina capa
de rocío sobre el yermo manchego. La cera ya goteada sobre nuestras
calles hace dibujos caprichosos de diferentes colores. La cera de los
pequeños niños nazarenos que juegan a verter su mundo de sueños
sobre los adoquines.
Ya tiene sabor la
mañana del Martes.
Sabor a Pasión
antigua y nueva. Que cada año se hace nuestra para volver a nacer
como hijos de un Dios que nos lega la mayor de las dichas.
Y tiene sabores
añejos de manos sabias. Sabores nuestros a tradiciones eternas. Al
amor de madres y abuelas que tanto saben de devociones ocultas, de
plegarias intensas y de emociones nuevas. Torrijas, flores y
rosquillas. El universo doméstico se prepara para el sacrificio
vespertino. Bajo el costal o el capillo. La noche se llena de luna
creciente, de rumores y de primavera. Algo despierta en la dormida
plazuela.
Cada Martes Santo.
La cofradía joven se hace muy vieja.
El muñidor
espera. Otra espera más. Otra espera incomprendida, educada e
incierta. La figura que emergió de los tiempos para pregonar noche,
dolor, llanto y luz. La figura enhiesta del caballero castellano de
los siglos gloriosos. El cristiano que porta mensaje, que pide venia.
Nos vemos
retratados en el rostro del muñidor que retrata la devoción
secular. Los hermanos de Las Penas sentimos esta figura como nuestra.
Juan Ángel y ahora Carlos son algunos de los hombres que han tenido
el privilegio de abrir el cortejo más completo de nuestra Semana de
Pasión.
El muñidor golpea
la pesada madera de las puertas del Carmelo. Golpes de vida que
restallan en la noche callada. Golpe de palermo seco y fugaz. Golpe
del martillo enérgico y sabio. Golpe de la trabajadera bajo un peso
de piedad. Golpe de la cruz que arrastran treinta y cinco almas como
una sola. Golpe de los zancos que vuelan, huyen del dolor y, al
final, descansan.
Y ahí reside una
de las dichas grandes de esta cofradía. El privilegio de cargar
sobre la cerviz el peso de culpas, sangres y lejanías. El sueño de
ser Cirineo. De tocar el suelo de la clausura carmelitana para
levantar a Cristo.
Ser costalero en
Las Penas es no necesitar de marchas para sentir la emoción de la
carga divina. Ser costalero en las Penas es encontrar a Dios en el
silencio, es encontrarte más plenamente unido a la Pasión del
Señor. El costal como corona de espinas, el peso del madero del que
se escucha un crujir lastimero y cadencioso. La faja ajustada como
cíngulo de promesa. El sudor y el racheo que monótonamente llenan
cada una de las calles.
Ser costalero en
Las Penas es mirar con el corazón, desde los adentros.
Muchos hombres con
los que comparto trabajadera pueden dar fe de ello. Muchos volvieron
porque sintieron el sabor antiguo del oficio costalero bajo el peso
del Cristo carmelitano.
Y a ello no son
ajenos quienes son los ojos de tantas almas. Los Abenza. Que han
sabido otorgar una personalidad única al caminar, de zancada
poderosa, del Señor de Las Penas.
NACER EN LA
CLAUSURA
¿Qué surge de
detrás de los muros? ¿Qué eco diminuto y quedo? ¿Qué tímidos
reflejos de cera y de duelo?
Se ha desbordado
un río que ha nacido en la quietud de la clausura.
La casa de Dios
está en silencio. Cada Martes de Pasión hay un momento mágico en
que se oye apenas un rumor, un rumor de pasos y un leve golpe en los
corazones. Otro golpe más. Aún más íntimo y personal.
El Señor hecho
Pan se refleja en el Señor moreno que carga la cruz y con una
zancada sale a la calle.
La bruma de
incienso envuelve este momento único en la ciudad que fuera abraza
la plazuela, tan suya. La cofradía se mueve. Se hace una. No se oye
nada más que el crujir magnífico de la madera del paso. El Señor
camina. Se duele. Se para. Se eleva despacio.
Esta estampa llena
de recogimiento y vida se hizo posible por el coraje y la decisión
firme de muchos hombres y mujeres que están aquí presentes. No seré
yo quien los loe porque no sería imparcial. Pero con toda la
humildad cristiana son ellos los cinceladores de uno de los instantes
más impresionantes de la vida de un cofrade. Ellos y las Reverendas
Madres que nos acogieron han de tener el mayor de los
reconocimientos. El mío lo tienen desde hace mucho años y solo
puede serlo en forma de amistad. Nuestro Hermano Mayor, Francisco
Turrillo y su Junta de Gobierno son ya parte de la Historia cofrade
de nuestra ciudad. Son nombres en la tradición de Ciudad Real. Y eso
en la llanada manchega, donde se acostumbra a olvidar lo nuestro para
desvivirse por lo de fuera.
Nunca seréis
profetas en vuestra tierra. Por desgracia.
CAMINO DEL PRADO
La calle Azucena
es un río de sangre roja. Los cirios el camino de luz. De Evangelio
hecho arte. De Palabra hecha Hombre. Y al fondo la Madre que espera.
María está
siempre. En la Pasión se hizo presente y los hermanos de Las Penas
nos hacemos los encontradizos para quedarnos a su lado. Deseamos
sentir su presencia inmensa y humilde.
Desde la reja del
Camarín se asoma. El corazón lacerado al ver el sufrimiento de su
Hijo. El Encuentro en una vía dolorosa más. La reja que es alma de
la ciudad. Los ojos bellísimos de una madre que siente. Una cofradía
que se postra y medita, mirándola.
Has llegado muy
cansada
y se te ha caído
el alma al suelo.
Has buscado por
tantos rincones
y sentido sin
saberlo.
Te ha atrapado el
tiempo,
te has dejado
jirones de piel
entre nuestro
silencio.
Yo te he mirado a
tus ojos,
tan bellos,
que se te
entornaban,
que se te hacían
eternos.
Te he mirado
dentro y
no has querido
sonreírme.
Y se te han
ahogado las palabras de tristeza.
No vas a
entenderme
cuando te hable de
aquellas noches imperfectas,
cuando abríamos y
cerrábamos tantas puertas,
sin importarnos el
dolor de tu Hijo.
No vas a
entenderme
cuando te diga que
me gusta verte tan sola
con la mirada
perdida sobre los tejados
de tu ciudad
dormida.
No vas a
entenderme
cuando se me hagan
eternas tardes como ésta,
contando el
tiempo,
acariciando los
últimos días de primavera,
soñando con el
alma muy negra,
llena de muy negra
pena.
No me entiendes
cuando no me salen
las cuentas,
cuando el día se
hace noche
y ya no me
esperas,
cuando el cuerpo
de tu Hijo sabe a sudor
y a sangre seca,
de tanta herida
aún abierta.
No vas a
entenderme
porque te has
dormido con la luna llena.
Porque Tú lo
sabes todo,
sin duda, sin
mancha,
confías y
esperas.
A LA SOMBRA DE LAS
IGLESIAS
Y la cofradía
navega en la noche. Atraviesa la plaza. Y las heridas de su historia.
Los vacíos de lugares y de personas.
Y sube Cuchillería
para dormirse a la sombra de San Pedro. Sobre esta piedra edificaré
mi Iglesia.
La puerta de la
Umbría y su musgo de siglos la contempla. La cofradía a la sombra
de la Iglesia. La hermandad que sale en busca de la nueva
evangelización. Y he aquí que las cofradías se hacen prolongación
de la Palabra en este Año de la Fe.
Al comenzar este
nuevo milenio, el beato Juan Pablo II nos hacía un llamamiento para
renovar la formación de los pueblos del mundo. Un llamamiento para
extender el mensaje del Evangelio y hacer frente a la secularización
de la actual sociedad mediante una nueva evangelización.
Los cofrades somos
parte activa de ésta respuesta y este compromiso. El carisma cofrade
debe desarrollarse en el seno de una Evangelización que se presenta
como renovada y abierta a los nuevos tiempos. Y todo ello cuando el
ser cofrade parece que representa unos valores antiguos y desfasados
para el mundo en el que vivimos.
Cuando las
campanas de Trento anunciaron un nuevo camino para la Iglesia
universal. Cuando nacieron las cofradías y hermandades, uno de los
muchos fines que tenían era el de mostrar el Evangelio al mundo. El
de dar a conocer los misterios de la Palabra de Dios a una población
de escasa cultura. Se trataba de dar formación cristiana, formación
plástica y visual. De evangelizar a aquellos que no conocían la
vida de Cristo. “Nadie
enciende la lámpara y la pone en un rincón, ni bajo un celemín,
sino sobre un candelero, para que todos tengan luz”
dice San Lucas (Lc 11,33).
En la actualidad
nos encontramos un mundo alejado del hecho religioso, una humanidad
que es consciente de Cristo, y a veces lleva a su vida parte de su
mensaje, pero que vive apartada de Dios y su Evangelio. Que desconoce
el Misterio de la Redención.
Por eso hay que
salir a las calles a anunciar a Cristo y su mensaje. No quedarnos
esperando a que vengan a nosotros. El compromiso nos impone la
necesidad de salir a la calle y dar luz en la oscuridad, como hacen
los nazarenos desde sus filas con sus cirios, luz que es símbolo y,
a la par, testimonio.
Ese es el fin y el
espíritu de las cofradías y hermandades. Y está hoy más vivo que
nunca. Hay que salir a las calles, a las plazas y a los barrios,
llevando el mensaje de Cristo. En primer lugar los cofrades que como
cristianos en el día a día y en el trabajo dan ejemplo de cómo hay
que vivir el Evangelio. Y en segundo lugar sacando los templos de
dentro hacia afuera. Los altares que son nuestros pasos y el peso de
su Historia. El Evangelio que se ha hecho imágenes para que la gente
reconozca por las calles a su Redentor, y vea a Aquel que tanto nos
amó y que dio la vida por nosotros.
De esta forma nos
convertimos en portadores del Mensaje. Comunicamos la acción
evangelizadora y llamamos a lo más profundo de muchos corazones.
Después la semilla ha de germinar. En la parroquia, en la vida
cristiana, comprometida y constante.
Es imposible dejar
de reconocer este papel comunicador de las cofradías. La Semana
Santa, en aquellos lugares donde no existen cofradías o hermandades,
está más secularizada, más vacía de contenido cristiano, que
aquellas que llenan sus calles con la imagen de la Pasión de Cristo.
Otra labor
fundamental de las cofradías en la nueva evangelización, es la
formación interior de sus miembros. La necesidad de recibir una
formación cristiana es básica. Y para ello debemos tener la
atención de nuestros pastores. Aquellos que, a menudo, desconocen
nuestras inquietudes.
Y lo mismo con las
familias. Benedicto XVI ha afirmado, en numerosas ocasiones, la
importancia del trabajo con las familias. Las hermandades y cofradías
tienen un campo magnífico para evangelizar desde la familia, para
ayudar a consolidarlas en la fe, para unir en la oración a abuelos,
padres e hijos cofrades que se mantienen en su seno.
Sabemos que el
futuro de nuestra sociedad, de nuestra Iglesia y muy especialmente de
nuestra Semana Santa, es la formación y vida cristiana de nuestros
jóvenes y familias.
Una Semana Santa
llena de cofrades sin profundidad, sin amor a Dios es una Semana
Santa sin presente y sin futuro.
Pero volvamos a la
Vía Dolorosa que llena con cera cárdena el suelo de siglos de las
calles de la Antigua Judería.
Cada Martes Santo
las filas nazarenas y el racheo del esparto dibujan un lienzo que
renace. La anciana calle de la Sangre se despereza para observar el
perfil del Señor cargado. El perfil de su cruz redentora que
atraviesa las esquinas de la antaño calle de Judíos. Y, en
ocasiones, descansan los hombres, fatigados ya por el peso, allá
donde estaban los viejos conventos de la entonces Villa Real.
Dulce de Nombre de
María que resuena como anhelo nazareno y sueño incomprendido.
Refugio de Cristo
para desvalidos que buscan sentido y sino.
Y dominica Palabra
de Vida, prédica de frailes que pararon el tiempo con su verbo y
repartieron caridad por Santo Domingo.
Las piedras bellas
que se perdieron. Y que ahora son acompañadas por las
Concepcionistas Franciscanas. Tan íntimamente unidas a las cofradías
de la ciudad que fueron despedidas como la ciudad acostumbra. Ante la
sorpresa y el frío de noches llenas de pasos, asomando la Pasión a
sus cancelas.
Aún nos queda la
estampa pétrea de su casa. No dejemos que se repita la historia. Que
el tiempo sepulte la Ciudad Real eterna y el recuerdo de sus almas
más puras.
En cada balcón, a
tu paso,
asoma una luna
cárdena.
En todos ellos se
levanta
una noche
precipitada.
Los hombres se han
dormido
para dejar paso al
sueño.
Los niños ya se
han ido.
Han siseado
músicas,
han jugado a lo
lejos.
El viento entre
tus labios.
Las palabras que
se olvidan.
El saber que se ha
acabado el tiempo,
la dicha y la
vida.
Santiago recorta
la silueta sobria de su torre. Y las Hermanas de los Pobres esperan
al Señor de Las Penas. La oración es un clavel en sus labios que
reconforta. Durante años han sido el descanso de los pasos de la
ciudad. Siempre el Señor y su Madre han encontrado en su casa el
Amor, la Caridad y la Fe de siglos. Puede acabarse la confianza en la
raza humana pero no será mientras quede una hija de Santa Ángela
sobre la faz de la tierra.
TRAS VEINTE AÑOS
DE PENAS
Se ha hecho tarde.
La cofradía se ha quedado sola. Sola a medias. Más de un centenar
de almas hacen de ella un cortejo de barrocos sueños. Una obra de
arte ordenada, elegante y completa. Desde la Cruz de Guía a las
cruces penitenciales. Pasando por la figura insustituible de los
acólitos. Esos que abren paso de manera ungida y sacra al Titular.
Esos a los que pocas veces se reconoce.
Y el nazareno de
luz. Que con su presencia anónima y callada es la imagen última de
la penitencia. La persona que bajo el capillo representa de manera
más gráfica la Humillación de Cristo.
Aprendamos y
vivamos como nazarenos. Es en la última revirá del paso cuando el
nazareno mira tímidamente a sus espaldas y siente en su corazón la
alegría de pasar un año más junto a Él. Piensa calladamente en el
peso del tiempo. Y se da cuenta de que todo pasa pero Él permanece.
A lo largo de su
historia la hermandad ha visto pasar el tiempo. Ha crecido en la
bisagra de dos siglos llenos de profundas huellas e inmensas
inquietudes.
Y sería injusto
no señalar los sinsabores, los temores, los abandonos, las
negaciones y las flaquezas humanas, demasiado humanas.
Que todo ello
valga también de ejemplo. De sacrificio.
Que todo ello sea
testimonio en este Año de la Fe y sigamos la magnífica enseñanza
que el Papa Benedicto XVI nos lega en su mensaje para la recién
estrenada Cuaresma de este año 2013. Una cuaresma que quedará para
siempre marcada por un Papa que no pudo con la carga, que admitió su
debilidad. Y ese testamento de humildad, de abandonar, no lo es por
falta de valentía sino más bien un reconocimiento de búsqueda del
bien de la Iglesia. Allanar el camino para que su inmensa obra
teológica sea implementada con fuerza, con energía, con valor. Las
premisas que los cristianos cofrades saben conjugar cuando alguien
nos menta expresiones como “tirar
con fuerza pa' arriba”
o “al
cielo con Él”.
Nos dice el Papa a
todos:
“La fe
constituye la adhesión personal a la revelación del amor gratuito y
apasionado que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente
en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el
corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del
Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a
la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único
del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en
camino: el amor nunca se da por concluido y completado»”.
EL SEÑOR SE HA
DORMIDO EN LA QUIETUD
A la vuelta las
puertas chirrían de nuevo en la Plazuela. La vida de Cristo
desmenuzada sobre los adoquines, derretida en las aceras de una
humanidad indiferente.
Tiempo de
cristianos llamados a no dejar que se apague la luz de siglos.
Hombres y mujeres
llamados a mantener la identidad cristiana legada.
Y el viento que
sopla desde extramuros, que baja hacia el Carmen secando recuerdos.
De clausuras perdidas, de claustros cubiertos de musgos centenarios.
Veinte años son
una nimiedad para la inmensidad de Dios. Veinte años son pocos pero
hacen a una persona sabia, recia, calmada y llena de sosiego. La
cofradía en la calle se recoge.
Cofradía que es
imagen ejemplar pero hermandad que es durante el año. Hermandad que
es en la Iglesia, hermandad que ha sufrido travesías de vientos
contrarios y embates de mares bravías, que ha sabido levantarse y
que también muestra llagada las Penas de su nombre. De la
incomprendida Pasión por un carisma que, como el cofrade, no siempre
tiene el reconocimiento, la compañía y la tolerancia que merece.
Incluso, y decirlo duelen prendas, de aquellos hermanos en Nuestro
Señor, en nuestra diócesis, en nuestra misma Madre Iglesia.
Por eso hay
madrugadas de Martes Santo en que los hermanos de Las Penas se quedan
sentados junto al Señor. Como el Apóstol Amado sueñan en su pecho
infinito.
Sueñan con su
imagen verdadera en el sagrario y con hechuras bellas de Cristo por
venir.
Sueñan con su
Madre, orlada por la devoción de un pueblo único en el mundo, de la
nación que la proclamó Inmaculada. Y se sienten plenos. Aunque solo
sean sueños.
Y se completa la
estampa de los días más bellos del año. El misterio único e
irrepetible de la Redención en la longeva Ciudad Real.
El Señor se queda
dormido en su clausura. Simón de Cirene se aparta magullado.
Arropado queda el
Cristo de veinte primaveras e incontables siglos. Arropado con las
oraciones que musitan las hermanas. Esta noche se quedarán en vela.
Junto a su perfil que perdona y se arquea bajo el peso del cáliz que
le espera. Se acercan las horas amargas.
La Ciudad te
despide. La noche queda como testimonio.
Veinte años de
Penas que ya se han hecho eternos en tu nombre.
Que ya son tuyos.
Días que se abren
como rosas
violentas y facetadas.
Hasta lo infinito.
Hombres y mujeres
apresurados.
En pos de quimeras
que te velan.
Que no dejan
verte.
Entre la atmósfera
inicua
aparecen ocultos
mensajes
que se adormecen.
Emotiva noche en
la que hace frío
de adentro hacia
afuera.
Y todo queda
apagado a tu paso.
La esperanza. La
ubicuidad.
La caída de
tantos dioses
con los pies de
barro.
Das la mano a los
niños
que se quedaron
rezagados.
A los que soñaron
más allá
de oscuras
estrellas.
De la gélida
realidad
de calendarios con
días perdidos.
Tu mano.
Las venas marcadas
formando galaxias.
El inicio.
La luz que raya el
milagro.
Llegaste.
Has venido.
Rápido y en
silencio.
Muy callado.
Y luego llegan mis
Penas.
Puestas bajo tus
plantas.
De tanta rabia que
contengo,
de tanto miedo.
Tanto temblor por
dentro
cuando te veo,
cuando te noto
cerca,
cuando te siento.
Tanto vivir en
nubes.
Tanta belleza
y tanto duelo.
Tantas pasiones
prohibidas,
tanto desprecio,
tantas emociones,
tanto lagrimeo.
Tanto duda en los
labios,
tanto dime algo,
y tu boca cerrada
llena de palabras
que no entiendo.
Tantas ganas de
seguirte,
y tantos
impedimentos.
Tantas ganas de
amarte
y estar despierto.
Tanta nube negra,
tanto extraño
universo.
Tantas promesas,
tanta oración
insincera,
tanto que no
merezco.
Tantas noches en
vela,
tanto luego te
veo,
tantas palabras,
tantos silencios.
Tantísimos besos
que no dimos,
tantos deseos.
Tantas primaveras,
tantos inviernos.
Tantas miradas,
junto a tantos
espejos.
Tantos, tantos,
tantos
tantos momentos.
Tanta soledad,
por no seguirte,
por no saber decir
yo también
quiero.
HE DICHO